{ Capítulo 37 }

By Unknown - 19:46


Terminé con francés y empecé a leer sobre la vestimenta medieval.
Era fascinante, pero no tan interesante como mirar a Justin estudiar su
aburrido libro de economía. Yum.
—Estás mirando —dijo.
—No por mucho tiempo. Estoy admirando tu sexy cerebro.
—Adelante. No me importa, te lo hago lo suficiente.
—Sí, soy consciente —dije, rodando los ojos.
—Si no te gusta, pararé. Sólo di la palabra y pararé.
—No tienes que parar.
—Está bien —dijo.
Trabajamos un poco más, hasta que mis ojos estaban exhaustos. La
falta de sueño de anoche no ayudaba a meter información en mi cerebro.
—Estoy lista —dije, cerrando mi libro.
—Yo también. Me gusta la economía, pero me gustas más tú.
—Eso espero.
—Puedes bañarte primero. Sé que tu cabello tarda más en secarse.
—Es cierto. —El suyo se secaba en cinco segundos.
Agarré algunas ropas y me metí en la ducha, cantando _____ Swift
tan alto como quería, sabiendo que Justin podía escucharme por la
puerta.
Me afeité cuidadosamente, porque si íbamos a un lugar elegante,
me iba a hacer usar un vestido. Limpié el espejo empañado y me miré
desnuda, volteando de lado a lado. Yo. Nada especial, pero nada
horrorosa tampoco. A Justin no parecía preocuparle, pero tampoco me
había visto completa.
Lo más cercano a desnuda que había estado era una remera tubo y
unos pantaloncillos cortos. Él nunca había visto mi estomago, y estaba casi
segura que no sabía sobre el aro en mi ombligo. Me las había arreglado
para mantener eso en secreto.
Me puse una bata y volví a nuestra habitación, secando mi cabello
con una toalla.
—Cruel, esa bata es cruel —dijo, levantando la mirada del libro que
había comprado con Megan en el último viaje al centro comercial.
—¿Por qué?
::
—Porque cubre todo.
—Exacto. Es lo que se supone que haga.
Sacudió la cabeza y agarró sus cosas para la ducha. Nunca se lo
dije, pero a veces cuando no estaba, abría su gel de baño y lo olía, lo que
era raro. Él nunca haría algo tan horripilante.
Mientras esperaba que volviera, retorcí mi pelo hacia arriba para
que se secara mejor y se ondulara. Había visto un peinado torcido en
internet que quería intentar. Justin volvió para encontrarme atascando
clips en mi pelo.
—¿Qué haces? —Sólo tenía una toalla. Por supuesto. Se paró detrás
de mí y alcanzó mi pelo.
—¿Qué estás haciendo? —Me alejé de sus entrometidas manos—.
Me tomo diez minutos que quedara así.
—Déjalo suelto. Así luce mejor.
—Lo usaré como yo quiera.
—Está bien —dijo, dándose vuelta, pero se detuvo y dejó suelto un
pequeño mechón de pelo para que enmarcara mi rostro—. Ahí. Perfecto.
Estudié el efecto en el espejo y suspiré. El resultado era hermoso, pero
no era yo. Parecía como si me hubiera disfrazado de abogada para
Halloween. Nunca iba a poder encontrar todos los clips.
—Está bien, tú ganas. Dame una mano. —Justin y yo pasamos los
siguientes diez minutos revolviendo por mi cabello buscando todos los clips.
Nuestras manos seguían encontrándose.
—¿Haces algún tratamiento especial para tu cabello?
—No ¿Por qué?
Sacó sus manos y dio un paso atrás. Todavía éramos cuidadosos
alrededor del otro luego del estallido.
—Porque tienes un pelo increíble.
—Buenos genes, supongo. —Hacía un tratamiento con mayonesa
cada tanto, pero sólo cuando sabía que él no iba a estar. No me
importaba si me veía acomodando mi sostén, pero los tratamientos de
belleza eran personales.
—Ahí. Creo que ese es el último —dije. Mi cabello cayó sobre mis
hombros, lo esponjé y decidí que estaba bien.
::
—Eso es lo que me gusta ver. Natural. Voy a des-desnudarme, así
que quizás quieras darte vuelta. A menos que quieras darme una mano…
—No, estoy bien. Voy a, um ¿cepillarme los dientes? —Sonó como
una pregunta.
—Diviértete.
Terminé lavándome los dientes y volví cuando estaba segura de que
Justin estaba vestido.
—Guau —dije. Usaba una camisa negra con caquis e incluso
zapatos de vestir. ¿De dónde habían salido? Nunca los había visto.
—También tengo mis secretos, señorita Caldwell.
—Se ve muy bien, señor Bieber.
—El tuyo está esperando en tu cama.
Había elegido un vestido de coctel negro que compré en una venta
por un antojo porque Megan me había dicho que todas las chicas
necesitaban un pequeño vestido negro.
—Pensé que se vería bien en ti. No tienes que usarlo si no quieres.
—No, no. Me gusta. Sólo que nunca tuve un lugar para usarlo.
—Ahora lo tienes.
—Voy a prepararme —dije, y se fue.
Cerré la puerta antes de deslizarme en el vestido. Era seductor y se
sentía corto en mis rodillas, pero era alto en la parte delantera. Me
recordaba a Audrey Hepburn. Encontré un collar de cuentas negras y unos
aros que le pedí prestados a Tawny y nunca devolví. Para cuando Justin
llegó, me estaba poniendo rímel.
—No te pinches el ojo.
—Creo que puedo manejarlo.
—Está bien, está bien. —Me observó por un momento y salió,
probablemente para darme un poco más de privacidad. Buen chico.
Ya estaba lista cuando golpeó la puerta.
—¿Está lista, señorita Caldwell?
—Sí lo estoy señor Bieber. Ya puede escoltarme.
Abrió la puerta, y aunque ya me había visto, sus ojos igual saltaron.
—Hermosa.
::
—Gracias.
—¿De acuerdo? —Sostuvo su brazo. Lo tomé y nos fuimos.
—¿Dónde está Darah? —pregunté.
—Tenía que trabajar.
—Oh. No dijo adiós.
Justin se encogió de hombros. Huh.
Hizo todo lo que suponía que haría, abrir la puerta, y acompañarme,
y esas cosas. La feminista en mí se resistió a la idea de que no podía abrir
una puerta, pero era lindo no tener que hacer esas cosas por una noche.
Dejar que Justin sacara mi silla por una noche no iba a retrasar el
movimiento de la liberación de la mujer. O eso esperaba.
—Estás a cargo, Missy. Veo esa mirada en tu rostro.
—¿Qué mirada?
—No es un pecado dejarme abrir la puerta por ti. Sé que eres
perfectamente capaz de hacerlo.
—¿Quién dijo que lo fuera?
—Está bien, entonces.
El restaurante, La casa pública de Broadway, era un edificio de
ladrillos ubicado en el bajo Bangor, a unos minutos de la universidad. De
alguna forma Justin encontró un sitio para estacionar su Pontiac Sunfire
justo al lado del restaurante.
—Tengo suerte —dijo mientras abría la puerta por mí.
El restaurante estaba en una franja de edificios de ladrillo que
recorría todo el camino por la calle principal, con una antigua fábrica de
ladrillo en el extremo.
Todo era de lino blanco y velas y cosas Francesas en el menú.
Gracias a Dios que sabía lo suficiente para saber lo que era.
El camarero tenía un acento, lo que probablemente significa que
era Franco-Canadiense, y había llegado justo sobre la frontera. Pedimos
canapés de pan Francés y una salsa de queso de cabra y mozzarella,
albahaca y brochetas de tomate en salsa balsámica.
No quisimos arriesgar las identificaciones falsas, por lo que ambos
ordenamos agua mineral.
::
Cuando llegó la hora para ordenar, fui con el fettuccini al pesto con
pan de ajo, y luego fue el turno de Justin.
—Mantequilla de maní y jalea con una guarnición de espárragos. —
El camarero le miró boquiabierto por un segundo, pero lo escribió.
—¿Qué tipo de jalea te gustaría?
—Fresa. —El camarero lo anotó y se fue, negando con su cabeza un
poco.
—Venimos a este restaurante de lujo, ¿tú ordenas MM y J?
Se encogió de hombros, imperturbable de que el camarero estaba
probablemente diciendo a toda la cocina sobre el chico loco que había
ordenado mantequilla de maní y jalea.
—Nunca he comido aquí, por lo que no sé lo que es bueno.
Mantequilla de maní y jalea siempre es bueno. No se puede joder eso. La
mantequilla de maní y jalea siempre ha estado ahí para mí y es una de las
constantes en mi vida. La mantequilla de maní y jalea nunca me ha hecho
mal. Es mi favorito. —Sus ojos se clavaron en mí mientras lo decía y tuve la
sensación de que no hablábamos de un sándwich.
—¿Debo dejarlos a ustedes dos dolos cuando llegue? Suena como si
no me necesitaras.
—Podría estar proyectando mis puntos de vista de otra persona en el
sándwich.
—Sólo un poco.
El camarero se había compuesto a sí mismo para el momento en
que trajo nuestra cena. Habían hecho lo que pudieron en la cocina para
hacer el aspecto del sándwich apetecible, pero en realidad, todavía era
MM y J. Parecía tonto que se acompañara con perejil al lado y una
especie de llovizna alrededor del plato.
—Propongo un brindis —dijo Justin levantando su copa. Levanté la
mía también—. Por la mantequilla de maní y jalea. Mi sándwich favorito.
—MM y J —dije, y chocamos nuestras copas. Algunos de los otros
comensales nos dieron miradas extrañas, pero los ignoré. Simplemente no
entendían lo impresionante de MM y J.
—¿Quieres un poco? —dijo Justin, levantando su sándwich. Una
mujer se veía absolutamente horrorizada de que acababa de levantar su
sándwich para que yo tomara un bocado. Me incliné y le di un mordisco.
Maldición. Era bueno. La mantequilla de maní tenía que ser orgánica y
::
tenía la cantidad justa de crujiente. La jalea también estaba claramente
hecha en casa. ¡Mmm!
—¿Quieres un bocado del mío? —Le di un bocado de mi increíble
pasta.
—No es tan bueno como el mío.
—Lo que sea. Coma su sándwich. Sr. Zaccadelii.
—Sí, señorita Caldwell.
Masticamos un poco más y me empapé del tranquilo ambiente del
restaurante. Suave música de piano flotaba desde una esquina donde un
profesional tocaba y el tintineo de porcelana añadido a la acogedora
sensación. Definitivamente era un lugar agradable, y me sentí un poco
incomoda.
—Así que, ¿Quieres jugar un juego? —dijo.
—¿Qué clase de juego? —La mente tambaleándose.
—Yo digo algo y tú dices la primera cosa que venga a tu mente.
Después, puedes decírmelo a mí.
—Está bien. —Se limpió la boca con la servilleta y tomó un sorbo de
agua.
—¿Qué fue lo primero que vino a tu mente cuando me viste? —
preguntó.
—Mierda.
—Como en, “Oh mierda, ¿Ese es un chico caliente?”
—Más bien como, “Oh mierda, eso no en una chica.”
—Bastante justo. ¿Cuál fue la segunda cosa que pensaste cuando
me viste?
—Problema.
Se rió en voz alta sobresaltando a los otros comensales.
—¿Es mi turno? —dije.
—Adelante —dijo, inclinándose hacia atrás como si fuera a
prepararse.
—¿Lo primero que pensaste cuando me viste?
—Tuve tres pensamientos simultáneos. Uno. —Tenía un dedo hacia
arriba—. Impresionante, dos. —Otro dedo—. Esto no puede ser real, y tres,

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